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Articles from August 2016

Published August 16, 2016

LAS MANTENIDAS

En estos días le preguntaron a una amiga mía a que se dedicaba, ella, con una naturalidad envidiable respondió “soy felizmente mantenida” es la primera vez en mis 53 años de vida que escucho una respuesta tan despojada de miedo y de culpa de boca de una mujer, porque siempre recuerdo a las mujeres que tenían que responder que eran amas de casa bajar la cabeza avergonzadas, casi como disculpándose por no tener un “trabajo”.  Estoy convencida que aunque la liberación femenina se rasga las vestiduras por la autonomía   y la independencia, dentro de cada mujer yace una mantenida frustrada por no poder reconciliar su idea de libertad, con ese deseo de encontrar un proveedor que se haga cargo de las responsabilidades económicas mientras se ejercitan como madres, disfrutando de sus hijos y construyendo una vida social que les permita también educarlos en ese ámbito, ya que este tipo de educación se ha delegado más a los colegios que a la familia, de ahí que, sobre todo en Estados Unidos los niños llegan a una edad en donde ya no quieren saber nada de su familia; y se lanzan a los brazos de los amigos como si en ellos hubieran podido encontrar finalmente esa calidez familiar que nunca tuvieron en casa, por algo al grupo de amigos le llaman “la familia elegida”

Como ella, conozco muchas mujeres “mantenidas” es decir que sus parejas las han apoyado en su propósito de ser madres y lideres de hogar, pero que cargan con mucha culpabilidad por no ser “productivas” fuera de casa, incluso sin necesitarlo, y teniendo una solvencia económica, las veo padeciendo por no ser como esas súper mujeres que tienen hijos, que se levantan a las 5 am para arreglar a sus niños y arreglarse ellas, dejar a los niños en la guardería y la escuela, cumplir horario en una empresa y al final del día salir extenuadas a recoger a sus hijos y llegar a casa a seguir trabajando en las labores del hogar. Lo curioso es que muchas de estas mujeres que decidieron ayudar a sus esposos en la manutención del hogar, son las mismas que enfrentan problemas de infidelidad, donde el problema mayor no es que el señor comparta su cuerpo con otra mujer, sino que comparte su economía, con lo cual terminan las esposas patrocinando de alguna forma la libertad sexual de ellos.

A estas mujeres les digo que lancen la culpabilidad al cesto de la basura, que el trabajo en casa es exactamente el mismo que se hace como empleada, que las mujeres que trabajan fuera no son mejores que ellas, sino que decidieron tener dos empleos, y recibir sueldo por uno a falta de no ser remuneradas por el más difícil y de mayor responsabilidad. Les digo que si encuentran un buen proveedor no se dejen llenar de regalos frívolos, sino que hagan convenios que beneficien a la familia y a su salud, que el dinero de regalos innecesarios lo inviertan en mantener una casa y ahorrarles el trabajo de tener que seguir trabajando fuera, que trabajar fuera cuando se tienen los recursos para quedarse cuidando los hijos no es independencia, es la mayoría de la veces temor a ser abandonadas y quedarse con las manos vacías, pero que para eso también hay opciones.

Nos urge una verdadera legislación que vele por los intereses de la familia, no una legislación de doble moral que supuestamente vela por la seguridad del menor, pero que por otro lado tiene estructurado un sistema aparentemente sin escapatoria para que crezcan solos.

Y a las mujeres que se consiguen esos tipos ultra generosos que les dan dinero para remodelar el cuerpo y para cargar encima cuanta marca existe en artículos innecesarios, les digo que, abran los ojos y miren las verdaderas motivaciones por las que los hombres gozan de este tipo de generosidad, detrás de la cual siempre hay un hombre controlador que quiere comprar tu voluntad y hacerte cada vez más dependiente de él. De lo contrario ¿porqué no te compran una casa? (los hay, pero escasean) pues porque siempre temen que si te regalan un bien que sea utilizable a largo plazo, lo disfrutes con otro que no sea él. El hombre se asegura su propia supervivencia en la vida de la mujer con una generosidad ambiciosa en la cual sea más beneficiado él que ella. Así que si vas a ser mantenida, no sientas culpa, disfruta de ese bien en vía de extinción del cual disfrutaron nuestras abuelas que cual matronas construyeron emporios familiares sin culpabilidad alguna.

 

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Published August 9, 2016

MATRIUSKAS

Nada le gustaba más que el dinero, ni siquiera el amor de la mujer elegida y menos aún el amor de sus hijos consiguió conquistar su corazón.  Adrian era un monoteísta consumado, porque el único dios al que veneraba con toda su alma era su majestad el dinero.

Se había casado con Natividad siendo ella una púber, fue llevada al altar ignorando que además de cocinar y de lavar la ropa de su esposo, tendría que acostarse con él y permitirle penetrar un objeto que ella jamás había visto y ni siquiera se había imaginado, por su vagina, un orificio que ella pensaba que sólo servía para orinar y menstruar.

Aquella noche cuando llegaron a la pequeña casa que Adrian había dispuesto para vivir con Natividad y llenarla de hijos, ella, presa del susto porque era la primera vez que dormía fuera de su casa en sus 14 años, preguntó inocentemente donde dormiría. Adrian le anunció sin ningún protocolo que dormiría en la misma habitación de él, a lo cual ella ingenuamente preguntó si no había más camas en la casa. Adrian ni siquiera se molestó en responder a su pregunta, cuando ya la estaba desvistiendo y apagando la vela que había encendido la mujer que le ayudaba con la limpieza de la casa, y le ordenó acostarse boca arriba y abrir los brazos y las piernas para facilitar las cosas. La tortuosa faena duró poco, lo mismo que debe durar una pequeña cirugía ambulatoria sin anestesia en consulta con el ginecólogo, en donde el himen de una virgen es removido. La mancha de sangre constató la virginidad de Natividad; y ésta se santiguó mientras rezaba un padre nuestro y un avemaría y se encomendaba a todos los santos, porque lo único que le dijo Adrian aquella noche es que en adelante esas serían sus funciones de esposa que tenía que cumplir sólo para él, porque a pesar de que él no creía en Dios, ni le gustaban los curas, le resultaba conveniente que la iglesia tuviera entre sus mandamientos evitar el adulterio.

El amor vino con la costumbre, esa que asiste a quien no conoce nada mas allá de las paredes de una casa, los predios de una finca y el cuerpo de un hombre que se proclama esposo y protector. Uno sólo puede amar a un esposo no elegido así, si no hay mejores opciones, ni mejores horizontes para donde mirar. El amor a principios del siglo veinte (1.919) era una mezcla de necesidad del otro con miedo a lo desconocido, el apego por la seguridad era tan enorme, que no le permitía a muchas mujeres volar del nido, encontrar nuevos pájaros fecundadores que les mostraran una vida sexual más exquisita; y un mundo donde la ternura reinara y el afecto fuera algo distinto a las relaciones coercitivas gracias al mandato divino.

Los hijos fueron llegando como regalos de Dios, aunque Natividad a veces pensara que eran la manera como ese mismo Dios la estaba castigando por algún pecado no confeso, que para aquel entonces no podía ser otro que albergar malos pensamientos.

Primero llegaron los tres varones, a quienes bautizaron con nombres que no consiguieron trascender el tiempo, porque murieron en su juventud y muchos años después ni sus propias hermanas recordaban como se llamaron, se convirtieron en personajes virtuales que alguna vez existieron y que no sabemos si a Natividad le dolieron o si el único dolor que le produjeron fue el del parto.

Después como a manera de prevenir más pérdidas, Natividad sólo engendró hembras, todas al servicio doméstico de la finca, menos la menor, quien pareció tocar el rígido corazón de Adrian y fue bendecida con educación. Cuando terminó la secundaria la enviaron a la ciudad de Medellín, a estudiar en la escuela Remington, donde aprendió a escribir a máquina y aprendió comercio. Adrian la quería experta en comercio para  que le administrara sus bienes, unos bienes que todo el mundo sabía que tenía, pero que su familia jamás disfrutó, porque la avaricia de Adrian rozaba en lo enfermizo y en aras de la buena economía sólo le daba lo que él consideraba estrictamente necesario a su familia. Gracias a que se ahorró la educación de 5 de sus hijas y a que sus tres hijos varones ya no estaban para beberse su dinero, pudo amasar una fortuna incalculable procedente de una pequeña mina de oro que él sabía muy bien como explotar y que le generó ganancias de las que nunca se tuvo pruebas, porque su mejor amigo se encargó de contarlas, guardarlas y disfrutarlas.

Esa hija menor que tuvo educación fue mi madre. Conocí esta historia por tradición oral, seguramente que muchas cosas no serán como las cuento, pues a mí me llegó la segunda versión de la historia a manos de una de mis tías, y algunos fragmentos de mi propia madre, ya modificadas seguramente por la versión de lujo de la misma Natividad. Conocer la procedencia de mi madre me permitió comprender mejor muchas conductas de ella, como por ejemplo su infinita frialdad afectiva, lo poco que le gustaba abrazar y ser abrazada y lo mucho que le fastidiaba la melosería y las manifestaciones verbales de afecto. Considero un acto de mucha fortaleza para mi madre y sus hermanas sobrevivir en un modelo familiar donde el afecto no pareció existir, y si existió ellas no lo sintieron. Pero creo que el acto más poderoso de la vida de mi madre fue abrir su mente en algún momento de su existencia y permitirse ser tocada por el amor mio y el de mi hija y finalmente derrumbar esas barreras que la mantenían protegida del temor a la vulnerabilidad afectiva. Celebro que no se haya marchado de este mundo sin permitirse esa melosería que tanto le molestaba a manos mías y de su nieta, y que decir te quiero haya sido algo que finalmente pudo hacer. Si parte de su misión era superar ese miedo al rechazo afectivo, puedo decir que su misión fue exitosa.

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Published August 8, 2016

SEXO ANTISÉPTICO

SEXO  ANTISÉPTICO

Pregunté en mi Facebook quienes necesitaban el baño antes del sexo, y las respuestas fueron tan predecibles como supuse, la mayoría necesitan el baño antes del sexo. La hice porque en las conversaciones con mujeres uno escucha toda suerte de historias fantásticas de vidas sexuales maravillosas, en teoría, porque en la práctica no parecen tener la vida sexual que dicen, porque es que si la chica y el tipo necesitan baño antes del sexo, entonces eso quiere decir que para tener un polvo mañanero se tienen que levantar una hora antes para asearse, lo cual viene siendo un polvo madrugador programado. Pero me pregunto ¿Dónde quedan esas aventuras en el tren, en el avión, en la discoteca, en el asiento trasero del bus y en un montón de lugares exóticos donde tanto mujeres como hombres alardean de haber tenido sexo? con lo cual deduzco que si esas fantasiosas ideas son ciertas, entonces el producto más vendido actualmente es la ducha portátil porque es la única respuesta para que todos estos excitantes y repentinos encuentros sexuales se den sin que los olores naturales y el sudor pertinente de un día laboral interfieran con la pasión de esos amantes antisépticos que se consideran muy limpios pero que muchos de ellos a la hora de tener sexo no usan condón, como quien dice no importa que tan podrido esté el banquete con tal de que luzca bien.

Yo fui afortunada, me alcanzó la urgencia hormonal sin el peso de las redes sociales y sus excesos informativos acerca de cómo debe ser el sexo; y sin el bombardeo de la deforestación vaginal,  lo que me permitió fluir con los mandatos de mi cuerpo al punto que el vello púbico era un artefacto decorativo más con el que uno jugaba dándole diferentes formas para impresionar al sujeto, en el peor de los casos sólo le imprimía más excitación al asunto porque el tipo tenía que abrirse paso por aquella jungla de pasiones para consumir la fruta madura de mi sexo. Los olores corporales eran la manera como yo cebaba la presa y le advertía de mi lujuria y si había sudor y lágrimas allá abajo lo asumía como el precio que debía pagar el otro por conseguir su objetivo. Siempre estuve lista (que lo digan ellos) no importaba donde nos alcanzara la urgencia por un orgasmo, mi amante de turno y yo simplemente nos entregábamos a limpiarnos con nuestros propios líquidos hasta quedar el uno impregnado del otro, nunca cuestioné, en aquel entonces, si un pene estaba lo suficientemente limpio para llevármelo a la boca, confiaba en mis buenas elecciones y me entregaba a mis instintos hasta que gracias a mi saliva quedaba  del color y del sabor que me resultaba exquisito. Una de mis prácticas favoritas indudablemente lo ha sido la fellatio, mi energía masculina se veía expuesta en ese momento de sumisión del macho donde a pesar de estar de pie lucía tan impedido para defenderse, tan inofensivo que lo único malo que me podía pasar era ser ametrallada por un caudal  de semen el cual a diferencia de muchas de mis congéneres yo disfrutaba tragando como si con él me apoderara de la fuerza vital de mi amante.

Pero empecé a escribir todo esto inspirada por mi amigo P, quien me mandó una exquisita prosa en torno al número de parejas sexuales que ha tenido y como ha sido su evolución respecto a su vida sexual, un texto que me sumergió en profunda reflexión sobre mis parejas sexuales. Recuerdo que hace algún tiempo mi ginecólogo me pidió que le dijera cuantas parejas sexuales había tenido, le pregunté si en la lista debían estar sólo las parejas del sexo opuesto o si podía incluir también a las del mismo sexo, se incomodó un poco con mi pregunta, pero terminó refunfuñando “las parejas sexuales, no importa si han sido perros o gatos” y me sacó a regañadientes de su consultorio. Afuera me esperaba mi esposo de ese entonces a quien le pedí ayuda escribiendo nombres mientras acudía al rincón de mi memoria hasta rescatar lo que en aquella época me parecieron muchas parejas sexuales para una mujer, después de todo se espera que las mujeres sólo tengamos sexo con los maridos y yo a esas alturas había tenido únicamente tres llamados maridos aunque legalmente hubieran sido apenas dos.

Pocos años después entraría en lo que llamé la fase de más derroche hormonal que he tenido en mi existencia, incluso más que en la adolescencia, aquella vez  me di cuenta de lo difícil que es para una mujer admitir que siente mucho deseo sexual y pedir ser satisfecha, de alguna manera este es un derecho que le está reservado a los hombres, si un hombre busca sexo en un prostíbulo es apenas natural, otra cosa es que lo haga una mujer. Así fue como haciendo uso de mi particular sentido común hice un casting usando una página de internet para solucionar mis urgencias hormonales, y en la medida en que los postulantes respondían a mis preguntas para calificarlos como parejas sexuales ocasionales, el sexo adquirió una dimensión diferente para mí; y aunque experimentaba un grado de desprecio por la técnica que estaba usando, yo parecía estar obedeciendo más al llamado de mi cuerpo que a mi fría racionalidad al respecto.

En aquella ocasión fue cuando descubrí esta nueva modalidad de prácticas sexuales programadas, con petición anticipada de como debía lucir el producto antes de ser consumido, el pubis perfectamente rasurado, no debía haber huella alguna de vello en ninguna parte de mi cuerpo y menos aún en el ano, debía tomar una ducha mínimo media hora antes del encuentro, después de la cual no debía defecar so riesgo de tener que tomar otra ducha de nuevo, finalmente en lo posible usar algún desodorante vaginal si es que quería que se me practicara sexo oral, en otras palabras estaba entrando en la dimensión sexual desconocida.

La experiencia me sirvió para darme cuenta cuan afortunada había sido naciendo unas cuantas décadas antes que estas jovencitas de ahora que están estrenando sexualidad con una serie de requisitos que deja la terrible duda de si el tipo realmente está interesado en ellas o en sus vaginas.

Concluyo que aunque hay que tener un grado de higiene básico para cualquier encuentro sexual, el sexo tan antiséptico es muy aburrido y es un exceso que le quita magia y espontaneidad al encuentro, pero sobre todo que lo convierte en rutinario y hasta predecible, si algo tiene de mágico el sexo es el factor sorpresa, el fluir libremente con el poderoso llamado de nuestro cuerpo que es misteriosamente atraído por otro cuerpo como una lamina de metal que es atraída por un magneto al que simplemente no se puede resistir, en este orden de ideas no me imagino a un metal pidiéndole tiempo al magneto para limpiarse antes de juntarse, posiblemente el exceso de limpieza arruine la conexión entre metal y magneto.

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